La privacidad de una edificio es algo que siempre me da por pensar, si nos sentimos observados o si sentimos que nos encontramos en privacidad aunque haya gente al rededor.
Por ejemplo, al estar en una cafetería con sus mesas independientes unas de otras, no nos gusta sentirnos escuchados por las otras mesas, o no nos gusta escuchar la conversación que está manteniendo la mesa de al lado. Tampoco nos gusta la sensación de murmullo constante fuerte y que a la vez le acompañe una decoración demasiado recargada acorde con el sonido, si lo que buscamos es tranquilidad. En eso marca la diferencia de privacidad.
Otro ejemplo son los edificios. El problema al que me refiero yo es que la necesidad de la optimización del espacio de una edificio y su funcionalismo hace que exista una corta distancia que nos separe de nuestros vecinos. En un piso muchas veces escuchamos las conversaciones de la casa de al lado o vemos desde nuestro salón o habitación el salón del edificio de en frente, vemos todo lo que hacen. De una forma así está creada mi residencia, tiene cuatro alas, colocadas de dos en dos de tal manera que las habitaciones que dan hacia la parte interior se miran entre ellas. Desde cualquier habitación puedes observar a muchas de las de en frente a través del cristal, eso no lo considero demasiada privacidad. Pero siendo realistas y funcionales, es de las maneras más eficientes que he visto de aprovechar el espacio.
Algo que también puede condicionar la privacidad, es la intensidad de la luz. Me he fijado que los entornos que más invitan a la reflexión son aquellos en los que la luz es tenue, o también en los sitios que están creados para la reflexión. O como en los lugares de oración, suele haber poca luz y a pesar de que también haya gente alrededor no le quita la intimidad con las que contamos.